La contracrónica
Han pasado unas horas de uno de los días más históricos que ha vivido este viejo país llamado España. En otro tiempo, la política y los políticos, ayudados por la sociedad en su conjunto, consiguieron reconciliarnos. Hoy podemos decir que la selección española de fútbol ha sido la culpable de que hayamos vuelto a sentir esa sensación en medio de una coyuntura difícil.
No hizo falta irse a la calle para experimentar lo reconfortante que es que la bandera nacional haya dejado de ser propiedad privada de unos o un trapo demodé rechazado por otros. Quien estuviera ayer en el Colegio Mayor Peñafiel sabe de lo que hablo. Para todos aquellos que estuvísteis ausentes de cuerpo, pero presentes de espíritu, aquí van unas líneas para describiros lo que fue la final del Mundial en el Mayor.
Como homenaje a la historia sudafricana, la directiva decidió instaurar temporalmente el régimen de apartheid para separar el núcleo duro de residentes de la convivencia de viejunos que ha cercado desde hace unos días la sala de estar. La 4ª planta se convirtió en nuestro santuario particular. Estábamos convencidos de que una victoria en la gran final ahuyentaría defintivamente todos los fantasmas de su largo pasillo.
Mingo se encargó del equipo técnico; Tino Pepino y Echeve del material de avituallamiento; Félix y Paco de combatir la altas temperaturas mediante una oportuna refrigeración ambiental; Gelín puso las pipas y Cosberg, como no podía ser de otra forma, se hizo cargo de los comentarios.
La verdad es que el juego duro de los naranjitos reforzó a la hinchada local, otro mérito de la final del mundial. Ayer no hubo divisiones en torno a la "Roja". En cuanto ese trencilla de la Gran Bretaña empezó a hacer las suyas, hasta incluso Gustavo se vio obligado a sacar su pipa de la paz en señal de que el juego de los nuestros por fin le había cautivado.
Echeve, con su particular magisterio, nos daba como ganadores morales mientras que Mingo, el mismo que había admitido haberse reconciliado con el fútbol tras la semifinal, sólo tenía un único deseo: que el anti-fútbol holandés fuese derrotado; nos merecíamos ganar. Sí, sí, el escepticismo connatural de Mingo se tradujo en un irracional deseo de que Iker levantase la Copa, por lo civil o por lo criminal.
Pero no llegaba el gol. Cosberg decidió aparcar los comentarios, abandonó el estrado académico y se enfundó la camiseta de hincha. Bueno, más bien se la quitó, porque antes de que el trallazo de Iniesta hubiera besado la red ya estaba saltando en chichas por toda la 4ª planta. [Félix inmortalizó tan magno momento gracias a su móvil con una instantánea para la posteridad].
A partir de este momento, se desató la locura. Adiós al mal fario del pasado. No tocaba hablar del codazo de Tassoti o de la cantada de Zubi frente a Nigeria. Tocaba hacerlo de las celebraciones de Cristian y Taboada; del gafe de Álvaro; de las vuvuzelas de Gonzalo; de Chema y su primo CR9; de Alex y las suecas; de los médicos; del pase torero de Suso; de los pelos de Chusín; del tachán-tachán de Jorge; del queso de Fran; de Oscar y la ÑBA; del pepino de Benito; etc. etc.
Mientras que Paco se ponía a llamar a todo el listín telefónico de su agenda y Félix vibraba con las celebraciones de los vencedores y los sollozos de los perdedores, todos los demás sólo teníamos en mente una sola cosa: el encuentro entre Iker y Sara. Su beso, que no tiene nada que ver con el que Mingo le dedicó a Cosberg, nos reconcilió al fin con la historia. Viva el fútbol!
No hizo falta irse a la calle para experimentar lo reconfortante que es que la bandera nacional haya dejado de ser propiedad privada de unos o un trapo demodé rechazado por otros. Quien estuviera ayer en el Colegio Mayor Peñafiel sabe de lo que hablo. Para todos aquellos que estuvísteis ausentes de cuerpo, pero presentes de espíritu, aquí van unas líneas para describiros lo que fue la final del Mundial en el Mayor.
Como homenaje a la historia sudafricana, la directiva decidió instaurar temporalmente el régimen de apartheid para separar el núcleo duro de residentes de la convivencia de viejunos que ha cercado desde hace unos días la sala de estar. La 4ª planta se convirtió en nuestro santuario particular. Estábamos convencidos de que una victoria en la gran final ahuyentaría defintivamente todos los fantasmas de su largo pasillo.
Mingo se encargó del equipo técnico; Tino Pepino y Echeve del material de avituallamiento; Félix y Paco de combatir la altas temperaturas mediante una oportuna refrigeración ambiental; Gelín puso las pipas y Cosberg, como no podía ser de otra forma, se hizo cargo de los comentarios.
La verdad es que el juego duro de los naranjitos reforzó a la hinchada local, otro mérito de la final del mundial. Ayer no hubo divisiones en torno a la "Roja". En cuanto ese trencilla de la Gran Bretaña empezó a hacer las suyas, hasta incluso Gustavo se vio obligado a sacar su pipa de la paz en señal de que el juego de los nuestros por fin le había cautivado.
Echeve, con su particular magisterio, nos daba como ganadores morales mientras que Mingo, el mismo que había admitido haberse reconciliado con el fútbol tras la semifinal, sólo tenía un único deseo: que el anti-fútbol holandés fuese derrotado; nos merecíamos ganar. Sí, sí, el escepticismo connatural de Mingo se tradujo en un irracional deseo de que Iker levantase la Copa, por lo civil o por lo criminal.
Pero no llegaba el gol. Cosberg decidió aparcar los comentarios, abandonó el estrado académico y se enfundó la camiseta de hincha. Bueno, más bien se la quitó, porque antes de que el trallazo de Iniesta hubiera besado la red ya estaba saltando en chichas por toda la 4ª planta. [Félix inmortalizó tan magno momento gracias a su móvil con una instantánea para la posteridad].
A partir de este momento, se desató la locura. Adiós al mal fario del pasado. No tocaba hablar del codazo de Tassoti o de la cantada de Zubi frente a Nigeria. Tocaba hacerlo de las celebraciones de Cristian y Taboada; del gafe de Álvaro; de las vuvuzelas de Gonzalo; de Chema y su primo CR9; de Alex y las suecas; de los médicos; del pase torero de Suso; de los pelos de Chusín; del tachán-tachán de Jorge; del queso de Fran; de Oscar y la ÑBA; del pepino de Benito; etc. etc.
Mientras que Paco se ponía a llamar a todo el listín telefónico de su agenda y Félix vibraba con las celebraciones de los vencedores y los sollozos de los perdedores, todos los demás sólo teníamos en mente una sola cosa: el encuentro entre Iker y Sara. Su beso, que no tiene nada que ver con el que Mingo le dedicó a Cosberg, nos reconcilió al fin con la historia. Viva el fútbol!
1 comentario:
Me ha contado Gelin que el cabron de Felix no lo dudo un momento a la hora de inmortalizar a Cosgaya haciendo el mono tras el gol. Espero disfrutar de la instantanea en Septiembre. O aun mejor, podriais ponerle por aqui, si deja el editor jaja
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